Después de muchos años de transitar los distintos circuitos del automovilismo deportivo a nivel mundial, he rescatado de cada uno de ellos recuerdos imperecederos de lugares y personajes que a pesar del tiempo, perduran en lo más inalterable de mi memoria…
El Hotel de la Villa en Monza y el inefable Gianni, Karl y su esposa Anna con platos increíbles en el Avantgarde de Nurburgring, Reynard y su invalorable dedicación a los periodistas en el Four Season de Sebring o el Doctor Mario Finkelstein del autódromo de 9 de Julio en Argentina… Todos fueron lentamente conformando ese paisaje inexorable a la zaga de cada viaje, de cada carrera. Una suerte de decoración activa en cada uno de nuestros escenarios de trabajo.
Sin embargo; existe un lugar, que guarda encantos inigualables y que vine a descubrir hoy, a más de tres décadas de andar el automovilismo: La Casa de Dean Digiacomo en Lime Rock, Connecticut…
Una suerte de catedral del automovilismo, que se respira en cada rincón, en cada detalle, en cada elemento de su decoración. Allí yacen imperturbables cuadros, pinturas, maquetas y miniaturas, que desandan el tiempo y la distancia a manera de museo. Un enorme poster de Don Juan Manuel Fangio sobre el MB SL300, al lado de una foto inédita de Paul Newman visitando la casa Ferrari, Un cuadro enorme de Michael Andretti sobre el Indy de K-Mart debidamente dedicado, codo a codo con Steve McQueen en las 24 Horas de Le Mans del 73. Todo guarda debida transparencia y semejanza con la devoción vigente por el mundo de la velocidad.
Allí no se habla de otra cosa y cada uno de los visitantes - siempre en elevado número - es un ferviente amante de los autos y conocedor de la historia o la esencia de cada uno de ellos y sus pilotos. Pero el centro de atracción inapelable es Dean – para nosotros Dino – que además de ser un piloto de jeraquía, se destaca por constituirse ante cada uno, en un anfitrión de lujo y cocinero inimitable.
Conversar con él mientras cocina, es un lujo, compartir un vino es viajar por la historia y el simple estar con él, es parte de este continuo aprender que después trasladamos al papel. A su lado, mi personaje inolvidable, su perro Rocco, un Basset Hound de algo más de un año imposible de no amar.
Si alguna vez pasa por Lime Rock, visite esa casa, está allí, en una loma, mirando la recta principal de este legendario autódromo norteamericano, algo para recordar…
Y Dios existe pensé…La carta había llegado desde un lugar para nosotros remoto, la Ciudad de Santa Fe, allá en la Argentina; pero por su tenor, era distinta a todas aquellas que día a día llegan a nuestra redacción o a nuestros estudios…
Eran líneas dolidas y a la vez, preñadas de impotencia; esa impotencia que madura absurda dentro de un padre cuando la adversidad se une caprichosa al exceso y falta de delicadeza del ser humano.
Facundo, un muchacho con serias muestras de incapacidad, había llegado al circuito callejero de esa ciudad no sólo para ver la carrera de TC 2000, si no que además, su ídolo el “Pato” Silva estaría allí y él, con todo el esfuerzo poblado de paciencia, le había diseñado una camisa para obsequiarle…
No pudo ser. Uno de esos individuos que uno prefiere no encontrar, le prohibió la entrada al circuito, porque Facundo llegó en su único medio de transportación: La silla de ruedas… “Facu” volvió a su casa con el preciado cargamento a cuestas, plagado de desazón y con una lagrima artera recorriéndole el rostro.
Las líneas de ese padre avaladas por las de muchos colegas me pegaron pecho adentro, allí donde los sentimientos se debaten con el sutil interrogante de un por qué, que no encuentra respuestas.
Pero no había de ser la injusta distancia la que me llamara a olvido para aquel odioso episodio y un par de llamadas, unos cuantos mensajes, sumado a la grandeza de pocos ante la intemperancia de muchos, vistió de realidad el sueño de aquel muchacho de Santa Fe.
Ligados a la ACTC, estos tipos más conocidos por aquellas latitudes como “Gauchos” en el nombre de Tony Aventín, Fernando Miori, Roberto Argento, Juan Manuel Ferrari, junto a los colegas de la revista Solo TC, fueron quienes movieron la estantería necesaria para que el niño en compañía de su abnegado padre, llegara al circuito de Paraná y encontrar que todas las puertas, incluyendo aquellas que cierra la incomprensión inaudita, habían sido abiertas para él.
Sería el principio de un fin de semana que Facundo jamás olvidará. El box del Nene Francischetti, bajo el mando de un grande de verdad, el Maestro Emilio Satriano y todo el equipo lo esperaba, para recibirlo con las más profundas muestras de cariño. Por primera vez “Facu” estaba frente a frente con su sueño: Ver, arrimarse y tocar como nunca a un auto de carrera. El “Nene”, un ser humano enorme a pesar de su corta edad, lo llenó de atenciones y en segundos, el muchacho vestía eufórico el uniforme del de Chacabuco. Todos lo saludaban, todos lo palmeaban, desde los periodistas hasta los transeúntes, pasando por la belleza de las promotoras, todos tenían una palabra para él, que desde su cotidiano hábitat, la silla de ruedas, respondía iluminado de sonrisas.
Hubo dos momentos culminantes en el mejor domingo de la vida de Facundo: Cuando antes de la carrera se acercó el “Pato” Silva, su “Pato” Silva, su héroe absoluto y con un gesto que sólo identifica a los más iluminados, lo abrazó, lo besó y conversó largamente con él.
Pero “Facu” ya compartía su devoción en el mundo de la velocidad con otro piloto, con otra marca, con otros pensamientos: El “Nene” Francischetti... Y el “Nene” hizo una carrera espectacular y el “Nene” subió al podio y cuando bajaba las escaleras del éxito ante una marabunta de fotógrafos, cámaras y manos que pugnaban por tocarlo, fue directamente hacia Facundo y le entregó el trofeo mientras los de “La 15”(los fanáticos de Chevrolet) coreaban el nombre de ambos…
Momentos sublimes que nos depara esta profesión y que mis limitaciones de ser humano no me dejan describir en toda su dimensión…
Un fin de semana espectacular, con la música de los motores de marco y el increíble colorido del TC de fondo; un fin de semana donde Facundo Quiroga, cumplió su inalcanzable sueño, el mismo que conjuga como pocos en forma virtual desde atrás de una computadora, hoy hecho eterna realidad.
Hacia frió en el camino de retorno a Buenos Aires; sin embargo, aquellas imágenes grabadas para siempre en mi retina, hacían olvidar la contingencia meteorológica. Una gran alegría me embargaba...
Pensé en aquel pobre hombre cargado de miserias parado en la entrada del circuito callejero de Santa Fe negándole la entrada a este ser humano monumental, pensé en mi hijo pletórico de salud gozando como nunca la alegría de vivir, pensé en la grandeza del Pato Silva, del Nene Francischetti o de Esteban (el Toto) Pichinin; que dejaron sus trajes de héroes totales para acercarse a convivir la desgracia ajena, pensé en mis colegas de Solo TC que avalaron sin condiciones mi intento, pensé en la gente de la ACTC que reivindicó sin misterios ni limitaciones a la familia del automovilismo deportivo y pensé en Facundo y en su padre Daniel regresando al hogar con aquella alegría a cuestas y no pude menos que mirar el cielo azul de Entre Ríos y agradecerle a Dios por haberme permitido vivir ese momento…
Nota del Autor: Hoy a un poco más de dos años de haber conocido la bajeza humana, Facundo transita firme su carrera deportiva como piloto y se ha convertido en ídolo de la gente, de los pilotos y su esfuerzo por superarse, ha alcanzado resonancia internacional. Porque su mensaje de vida esta demostrado que es un ejemplo a seguir, ya que con talento y perseverancia, con sacrificio y humildad, la Mano de Dios, suele producir estas cosas…